Ficha de la obra

Título: Octavio y el hijo de la sombra.

Escrito: En 2003

Publicado: No.

Comentarios: Esta es la primera entrega de lo que iba a ser una nueva saga. Escribí el primer libro y lo envié a la editorial SM junto con la primera parte de Memorias de Idhún. Les gustó mucho más Idhún, de modo que ese fue el proyecto en el que me centré. Me tuvo ocupada durante los años siguientes, y cuando lo acabé tenía otras muchas historias en la cabeza. Así que este libro se quedó en un cajón porque, aunque la trama de este primer libro está cerrada, tiene un final abierto porque hay una historia general que debía desarrollarse en entregas posteriores. Otra curiosidad: con 21 años escribí una novela titulada Los hijos del sol negro, que era otra versión de la historia de Octavio, y que tampoco llegó a publicarse. Ahí sí que estaba toda la trama desarrollada, pero muy mal desarrollada, para ser sincera :D. Me gusta más el enfoque de Octavio y el hijo de la sombra, aunque no llegara a continuar la saga.

Capítulo 6: Borja

—Buenas —le dijo Dani a la recepcionista—, venimos a ver a Pat.

—A Patricia Escudero —aclaró Octavio—. ¿Puede recibir visitas?

Podía. Les indicaron el número de habitación, y los dos amigos recorrieron los pasillos del hospital, buscándola.

Se detuvieron un momento ante la puerta y cruzaron una mirada. Octavio llamó suavemente a la puerta.

—Adelante —dijo una voz femenina.

Entraron, pero se quedaron en la puerta, inseguros. Tendida sobre la cama estaba Pat, con una aparatosa venda en la cabeza; estaba pálida, y parecía pequeña y frágil. A Octavio le costaba creer que fuera la misma chica que lo había mantenido a raya desde principio de curso.

Junto a ella había una señora rubia, bien vestida y de aspecto preocupado, que debía de ser su madre. Se levantó para recibirlos.

—Buenas, venimos a ver a Pat —repitió Dani.

—Si se encuentra bien —añadió rápidamente Octavio—. No querríamos molestar. Verá, somos unos compañeros de clase.

—Le hemos traído esto —añadió Dani, alargando el paquete que portaban.

Habían discutido sobre el detalle a llevar. Octavio había dicho que a las chicas les gustaban las flores, pero Dani dudaba que Pat fuera una chica de verdad, puesto que en algunos aspectos parecía más masculina que muchos niños de su clase. Al final habían optado por una caja de bombones. Si había alguna cosa que supieran acerca de Pat, era que le chiflaba el chocolate.

Pero no parecía estar en condiciones de disfrutarlo, se dijo Octavio, mirándola de nuevo.

La madre de Pat pareció emocionada.

—Qué amables sois. Conozco a casi todos los amigos de Pat, pero a vosotros no os había visto nunca.

—Es que no somos exactamente amigos —se le escapó a Dani, pero Octavio lo calló de un codazo.

—Vamos a la misma clase que ella, y estábamos cerca cuando Pat tuvo el accidente. Yo me llamo Octavio, y él es Dani.

—De hecho a Octavio también le cayó el andamio encima —añadió Dani, señalando a su amigo—, pero no se dio de cabeza contra el poste, como Pat.

—Cállate —lo riñó Octavio, azorado; la madre sonrió—. ¿Cómo se encuentra Pat?

—Tiene una buena conmoción, pero no es nada serio. Podéis estar con ella un rato, ¿vale?, pero no demasiado. Se cansa enseguida. Y tampoco habléis muy alto ni muy deprisa, porque se marea.

—Vale —aceptó Dani, acercándose a la cama de Pat.

La madre los dejó solos a los tres. Dani y Octavio se aproximaron a Pat y se quedaron un momento callados, sin saber qué decir. Ella les dirigió una débil sonrisa.

—Hola —dijo en voz baja.

—Hola —dijo Octavio, inseguro; que él recordara, jamás había cruzado una palabra amable con Pat, y no sabía qué decir—. ¿Cómo estás?

—Un poco mareada.

—Te hemos traído bombones —intervino Dani.

—Ahora no tiene ganas de comer chocolate, Dani, ¿no lo ves?

—Yo lo decía por ser simpático. Hay que ver cómo te pones, macho, no me pasas una.

La sonrisa de Pat se ensanchó.

—Gracias —repitió.

—¿Volverás pronto a clase? —le preguntó Octavio.

—Me tienen que hacer unas pruebas, para ver si estoy bien del todo. Pero el médico dice que sí.

—Me alegro.

—Yo también.

Hubo un breve silencio.

—No me acuerdo muy bien de lo que pasó —añadió Pat—. Dicen que choqué contra un andamio.

—Es verdad.

—¿Y es verdad que tú estabas allí?

Octavio desvió la mirada, nervioso.

—Pasaba por allí.

—Entonces no lo soñé —dijo ella—. Es raro… las cosas que recuerdo… no tienen mucho sentido.

Hizo una pausa. Luego continuó.

—Recuerdo que iba a caerme encima un bidón de pintura. Y estabas tú. Y de pronto el bidón… salió volando… en otra dirección.

—Jo, debió de molar mucho verlo justo desde abajo —soltó Dani.

—Dani, eres un bocas —gruñó Octavio.

—¿Por qué? Si ya lo ha visto.

—Entonces, ¿no lo soñé? —preguntó Pat, perpleja—. ¿Pasó de verdad?

Octavio abrió la boca para negarlo, pero Dani ya estaba hablando:

—Verás, Pat, Octavio tiene superpoderes y a veces mueve cosas con la mente. Pero tú no digas nada, ¿eh? Gracias a sus poderes te ha salvado la vida, pero por si acaso es mejor que nadie más…

Octavio le dio un codazo, y Dani se calló justo cuando la puerta se abría de nuevo.

Eran Cris y su novio. Dani abrió la boca para decir algo, pero no le salieron las palabras.

—Hola —dijo Cris suavemente, y los miró, interrogantes.

—Somos compañeros de clase de Pat —se apresuró a explicar Octavio—. Hemos venido a verla.

Lanzó una mirada de advertencia a Dani, para que no abriera la boca, pero el chico se había puesto súbitamente colorado y parecía muy interesado en las puntas de sus viejas zapatillas.

—Yo soy Cris, su hermana —dijo ella—. Y este es Borja, mi novio.

El novio sonrió, y Octavio lo miró, pensativo, mientras respondía:

—Yo me llamo Octavio, y él es Dani.

Nadie supo muy bien qué decir a continuación, y Octavio casi echó de menos los comentarios de Dani; pero su amigo seguía con la vista fija en sus propias zapatillas.

—Y… Pat no tiene nada grave, ¿verdad? —preguntó entonces Octavio, por decir algo.

—Sí, se pondrá bien —respondió Borja, categóricamente—. En un par de días estará otra vez en clase.

—No habléis de mí como si yo no estuviera delante —murmuró Pat, enfurruñada, y por un momento volvió a parecer la misma niña rebelde de siempre—. Además, tú no eres quién para decir cuándo puedo volver a clase —le espetó a Borja, de mal talante.

—Por favor, Pat, no seas grosera —la cortó Cris, con cansancio—. Borja sólo quiere lo mejor para ti, igual que yo.

Pat fue a decir algo, pero se lo pensó mejor y se encerró en un silencio hosco, volviendo la cabeza hacia un lado para no mirar a nadie en concreto.

Octavio, por el contrario, había estado observando a Borja disimuladamente. Era un joven moreno, de rostro agradable, pero muy serio, quizá demasiado serio. Llevaba el pelo corto y lucía una perilla bien cuidada. Iba vestido con corrección, con zapatos, vaqueros, una camisa y un jersey color vino, prendas que llevaba impecables, aunque se notaba que ya no eran precisamente nuevas. E incluso allí, dentro del hospital, con la calefacción puesta, seguía llevando su largo abrigo oscuro.

Borja pareció darse cuenta de que lo observaban, porque se volvió hacia Octavio y clavó en él una mirada intensa y profunda, una mirada que hizo al niño dar un respingo y volver la cabeza para otro lado, con el corazón latiéndole con fuerza, como si lo hubieran pillado haciendo algo malo.

—No-nosotros nos íbamos ya —balbuceó—. No queremos molestar. Anda, Dani, vámonos.

Se despidieron de Pat, de su hermana y del novio de ésta, y salieron de la habitación.

No hablaron hasta encontrarse ya en la calle.

—¿Pero cómo puede estar con ese tipo? —estalló Dani—. Siempre dándose aires con ese abrigo y esa barbita ridícula… y más tieso que un palo, tú. Ni que se hubiera tragado la escoba. Desde luego…

—Basta ya, Dani —atajó Octavio, mareado—. Hemos venido a ver a Pat, no a criticar al novio de su hermana.

—Pero parece que Pat está bien, ¿no? Bueno, en cualquier caso, por lo menos parece que yo no soy el único que sabe que eres un héroe.

Octavio recordó entonces la conversación con Pat.

—Oh, no —murmuró—. ¿Qué pasará cuando vuelva a clase? ¿Y si se lo dice a todo el mundo?

—No te preocupes por eso, nadie la creería. Te lo digo por experiencia —añadió lúgubremente.

—A Pat todo el mundo la escucha, cuente lo que cuente.

—Pero con las cosas paranormales hay mucho esteticismo…

—…escepticismo… —corrigió Octavio automáticamente.

—… así que lo más seguro es que todos crean que el golpe le ha afectado a la cabeza. Pero si vas a quedarte más tranquilo, pues hablaremos con ella cuando vuelva y ya veremos qué es lo que piensa hacer. Total, ya conocemos personalmente a su madre, a su hermana y al novio de su hermana: somos casi de la familia.

—No sé si eso es una buena noticia —opinó Octavio, inseguro.

 


 

Pat volvió a clase dos días más tarde, tal como había predicho Borja. Llevaba una gasa en la frente, donde se había dado el golpe, pero por lo demás seguía tan descarada como siempre. Como todo el mundo quería saber qué le había pasado exactamente, Dani y Octavio tuvieron que esperar hasta el recreo para tratar de hablar con ella a solas. Por suerte para Octavio, Pat no dio muchos detalles de su accidente, por mucho que le preguntaron.

A la salida de clase, la encontraron en el pasillo, con César, el profesor de sociales. Él le estaba comentando alguna cosa, pero Pat apenas lo escuchaba. Cambiaba el peso de una pierna a otra, inquieta, y miraba hacia todos lados.

—Que sí, que estoy bien, lo ha dicho el médico —lo cortó por fin, impaciente—. ¿Puedo salir ya al patio?

César apenas pudo contestar. Pat salió disparada, con el bocadillo en la mano.

Dani y Octavio la siguieron. Pasaron junto a César, y Octavio se dio cuenta de que quería decirles algo, pero hizo como si no se hubiera percatado, y siguió su camino casi sin mirarlo.

Octavio estaba preguntándose cómo abordarían a Pat, cuando, al doblar una esquina, por poco se toparon con ella.

—Os estaba esperando —dijo la niña en voz baja—. Tenemos que hablar.

Dani y Octavio la miraron con desconfianza, pero no había desafío ni burla en sus ojos.

Cruzaron el patio. Pat miró con cierta aprensión hacia la fachada del edificio de bachillerato, donde había tenido el accidente, pero ya habían retirado el andamio, porque no había tardado en correrse la voz, y varios padres habían protestado al respecto.

Los llevó hasta un rincón del patio, detrás del edificio principal, donde no había nadie.

—¿Qué quieres de nosotros exactamente? —preguntó Dani, receloso.

Pat volvía a ser la Pat de siempre, y en nada se parecía ya a la niña pálida del hospital.

—Quiero que veáis una cosa.

Se llevó las manos a la frente para quitarse la gasa.

—No hagas eso —la detuvo Octavio—. Ya sabemos que te llevaste un buen golpe, no hace falta que…

—¿Quieres callarte? —lo cortó Pat con impaciencia—. Es que no puedo explicároslo, tenéis que verlo.

Se retiró los esparadrapos y se apartó la gasa de la frente.

Octavio y Dani lanzaron una explicación de sorpresa.

—¡Pero… si no tienes nada! —dijo Dani.

Alargó la mano para palpar la frente de Pat, pero ella retrocedió.

—Las manos quietas, chaval. Se mira pero no se toca.

—¿Cómo puede ser, Pat? —murmuró Octavio, perplejo—. Te abriste la cabeza y ni siquiera te ha quedado un chichón.

—Ha sido Borja —se quejó Pat, con el tono de quien acusa a alguien de haberle jugado una mala pasada.

—¿Que ha sido Borja? —repitió Octavio—. ¿Te refieres al novio de tu hermana?

Pat hizo una mueca.

—Siempre supe que era un tipo raro —declaró—. Me dio mal rollo desde el primer momento. Y, ¿veis?, tenía razón. No es normal esto, ¿no? —preguntó, señalándose la frente, perfectamente lisa, sin rastro de cicatriz.

—Desde luego que no —le dio la razón Octavio—. ¿Y qué quieres decir con eso de que fue él? ¿Que te…curó, o algo parecido?

Pat asintió.

—Cuando os fuisteis vosotros de la habitación, el otro día, Borja me puso las manos en la cabeza y enseguida me sentí mejor. Luego vino el médico y dijo que se me había cerrado la herida de pronto, y no sabía por qué. Se empeñó en hacerme las pruebas de todas formas. Sé que fue Borja, estoy segura.

—Bueno, pero… eso no es malo, ¿no? —vaciló Octavio—. Quiero decir, que si te… curó… entonces hizo algo bueno.

Pat frunció el ceño.

—¡Pero es que no es normal! —insistió.

—¿Y nos lo dices a nosotros? —intervino Dani, casi riéndose—. Tampoco fue normal lo que hizo Octavio el otro día y, sin embargo, te salvó la vida —añadió, repentinamente serio.

Pat se puso pálida.

—Ya lo sé —masculló—. Por eso precisamente os pregunto a vosotros. Entendéis de estas cosas, ¿no?

—¿Y qué es lo que quieres saber?

—Es que hay algo más sobre ese tipo. No se sólo que puede curar a la gente, es que… ¡no sé, es muy raro! Cris está muy preocupada desde que sale con él, y llora muy a menudo, y…

Octavio y Dani cruzaron una mirada.

—¿Qué sabes de él exactamente? —preguntó Octavio.

—No mucho. —Pat sacudió la cabeza—. Sólo que se llama Borja y estudia Medicina.

—Suena lógico —asintió Dani, pensativo—. Si sabe curar con las manos, es la carrera ideal para él.

—¿De verdad creéis que hace eso? ¿No son imaginaciones mías?

—Hay gente que puede hacer esas cosas —explicó Dani—. Nos lo contaron en una conferencia.

—… donde, por cierto, también estaba tu hermana —añadió Octavio.

Le hablaron de la conferencia en el centro Argos, y de la pregunta que había formulado Cris al final.

—¡Entonces ella lo sabe! —exclamó Pat, atónita.

—Sí, y ahora sabemos que no hizo aquella pregunta por casualidad —asintió Octavio—. Está claro que se refería a Borja.

—Apoquina —le soltó entonces Dani a Octavio, extendiendo la mano.

Refunfuñando, Octavio pagó los cinco euros que habían apostado días antes a que Borja era un tipo completamente normal.

—¿Y eso? —preguntó Pat, frunciendo el ceño.

Dani y Octavio cruzaron una mirada. No podían decirle a Pat que ya hacía tiempo que sospechaban algo, porque eso habría supuesto admitir que llevaban varios días espiando a Cris.

—La pregunta es —dijo Octavio, cambiando de tema—: si Cris se refería a Borja cuando preguntó por las curaciones milagrosas… ¿hablaba también de él cuando dijo lo de predecir la muerte de otras personas?

—Pues claro que sí, Octavio, ya te lo dije —replicó Dani, impaciente—. ¿Se lo contamos?

—¿El qué? No tenemos pruebas, Dani, sólo son elucubraciones tuyas.

—¿Qué? ¿Qué tenéis que contarme? —intervino Pat, impaciente.

—Bueno… vimos a tu hermana el día en que nos dijeron lo de Valentín —dijo Dani—. Estaba muy alterada y…

—¡Valentín! —susurró Pat—. Ya me acuerdo. Una tarde vino Borja al insti a buscar a Cris, y yo estaba con ellos. Se nos acercó Valentín para decirme no sé qué de un examen, y cuando se fue, Borja tenía una cara muy rara y no paraba de mirarle. No sé si le dijo algo a Cris cuando de fue, pero… el caso es que Valentín murió al día siguiente.

—¿No estáis sacando las cosas de quicio? —preguntó Octavio, inseguro—. ¿Realmente creéis que Borja puede saber cuándo va a morir alguien?

—A mí me sigue pareciendo siniestro —declaró Dani.

—¿Comprendéis ahora por qué me cae mal? —dijo Pat—. Me preocupa que mi hermana vaya con un tipo tan raro.

—Bueno, Octavio también es raro, y te puedo asegurar que es completamente inofensivo —reflexionó Dani.

—¡Oye! —protestó el aludido.

—Ya lo había notado —respondió Pat, mordaz; los miró, expectante—. Bueno, ¿me vais a ayudar o qué?

—Sigo sin entenderlo —respondió Octavio—. ¿A qué quieres que te ayudemos exactamente?

—A veces haces que dude de que eres un superdotado, chaval —suspiró Dani—. Está claro que quiere que averigüemos más cosas sobre ese tal Borja, y si es o no un buen tío.

—¿Y por qué nosotros? —preguntó Octavio, aún confundido.

Dani pareció recordar de pronto que, hasta hacía dos días, Pat y ellos dos habían estado manteniendo una especie de guerra fría.

—Eso, ¿por qué nosotros? —le espetó a la chica—. No has parado de incordiarnos en todo el curso. ¿Qué te hace pensar que vamos a ayudarte?

—No me refería a eso… —protestó Octavio, pero nadie le hizo caso.

—Vale, ya sé que me he portado mal con vosotros —reconoció Pat a regañadientes—, pero nadie más me creería si lo contara. Y, además, vosotros también hacéis cosas raras, como Borja, ¿no?

—Yo no, el psíquico es él —replicó Dani, señalando a Octavio—, pero aún no sabe muy bien cómo usar su poder.

Pat los miró, sin saber si hablaban en serio o no.

—Eso me lo tenéis que contar más despacio, ¿eh?

En aquel momento sonó el timbre. Con un suspiro, Pat volvió a ajustarse el parche en la frente.

—¿Por qué te pones eso, si no tienes ninguna herida? —quiso saber Octavio, mientras regresaban hacia la clase.

—Por eso justamente —respondió ella—. Porque no hay ninguna herida, y tendría que dar muchas explicaciones, ¿no te parece?

—Bueno —intervino Dani—, y si aceptáramos ayudarte, ¿qué tendríamos que hacer?

—Había pensado en que podríamos seguir a Borja para ver a dónde va, qué hace y esas cosas…

—¿Espiarlo? —saltó Octavio, alarmado.

—Me parece bien —aceptó Dani—. Pero en adelante tendrás que tratarnos de otra manera en clase, ¿está claro?

—Pues claro —contestó Pat, impaciente, como si fuera algo obvio—. ¿Os parece bien que quedemos esta tarde? Sé que los martes Borja sale de la facultad a las cinco.

—Sí que lo tienes controlado…

—Pero… —trató de oponerse Octavio.

—No pongas esa cara —le espetó Pat—. Ya sé que me salvaste la vida, y no creas que no te lo agradezco. Te he dejado la mesa de la cuarta fila, ¿no?

—No te preocupes —le dijo Dani a su amigo en voz baja, mientras entraban en clase—, cuando acabemos con este asunto, le pasaremos una factura con nuestros honorarios.

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