Ficha de la obra
Título: Octavio y el hijo de la sombra.
Escrito: En 2003
Publicado: No.
Comentarios: Esta es la primera entrega de lo que iba a ser una nueva saga. Escribí el primer libro y lo envié a la editorial SM junto con la primera parte de Memorias de Idhún. Les gustó mucho más Idhún, de modo que ese fue el proyecto en el que me centré. Me tuvo ocupada durante los años siguientes, y cuando lo acabé tenía otras muchas historias en la cabeza. Así que este libro se quedó en un cajón porque, aunque la trama de este primer libro está cerrada, tiene un final abierto porque hay una historia general que debía desarrollarse en entregas posteriores. Otra curiosidad: con 21 años escribí una novela titulada Los hijos del sol negro, que era otra versión de la historia de Octavio, y que tampoco llegó a publicarse. Ahí sí que estaba toda la trama desarrollada, pero muy mal desarrollada, para ser sincera :D. Me gusta más el enfoque de Octavio y el hijo de la sombra, aunque no llegara a continuar la saga.
Epílogo
—No puedo creer todo lo que ha pasado —susurró Pat.
—Sí —coincidió Octavio—. ¿No os pasa que pensáis que no ha sido más que una maldita pesadilla, y que algún día despertaremos y nos daremos cuenta de que nuestras vidas siguen siendo igual de tranquilas que siempre?
—En cualquier caso, me alegro de que todo haya acabado ya.
—No —dijo Dani, sombrío—. Me temo que no ha hecho más que empezar.
Pat y Octavio miraron a su amigo, interrogantes, pero él seguía con la vista fija en los restos del almacén donde habían perdido la vida Paul, César… y también Borja.
Había pasado ya una semana desde aquello, pero ahora habían regresado al almacén, solitario, abandonado y siniestro, quizá porque necesitaban hablar de lo ocurrido y, por alguna razón, aquel parecía el lugar más apropiado.
Cris seguía en el hospital, en observación, aunque decían que se iba a poner bien. En cuanto a Borja… había sido demasiado tarde para él. Los forenses habían dicho que los gases tóxicos del incendio lo habían matado, pero sólo ellos tres sabían la verdad: que Borja había raptado a Cris de las garras de la Muerte, y ésta no se lo había perdonado. Por eso, Borja había tenido que dar su vida para salvar la de la chica a la que quería.
No le habían contado esto a Cris, ni pensaban hacerlo. Le costaba mucho recordar lo sucedido aquella terrible noche, y Pat había decidido que era mejor así. Cris tendría que sobrevivir a una persona de la que había estado profundamente enamorada, y que había dado su vida para que ella siguiera viviendo. Era demasiado duro y no valía la pena atormentarla con los detalles. De manera que sólo ellos sabían lo que había pasado, y probablemente no se lo contarían nunca a nadie.
Argos había desaparecido completamente del mapa. César había sido acusado de secuestro, pero como había fallecido en el incendio, los padres de Pat no tenían a nadie a quién denunciar. Nadie sabía qué había sido de los jóvenes talentos a los que entrenaban en los módulos prefabricados del complejo. Habían desaparecido, al igual que todo el personal que tenía Argos en el Centro Filosófico de la ciudad. De la noche a la mañana, habían hecho mudanza, habían abandonado tanto el edificio como la nave industrial y no se había vuelto a saber de ellos.
—¿Por qué dices que todo acaba de empezar? —preguntó Octavio—. Los de Argos se han ido.
—Sí, pero volverán para buscarte, lo sabes, ¿no?
—Claro que no —replicó Octavio, temblando—. No saben quién soy yo. La directora de Argos vio todo lo que pasó, vio a Borja predecir la muerte de César y lo vio curar a Cris. Piensa que César se equivocó y que Borja era el psíquico. Pero Borja ya no está, así que no tienen a nadie a quién perseguir. Por eso se han ido.
—Por eso, y porque la policía anda tras ellos después de todo lo que pasó —gruñó Pat, malhumorada.
—Sí, pero volverán, Octavio. Si huelen que tú eres un psíquico intentarán atraparte. No sé para qué están entrenando a toda esa gente ni cómo los han encontrado, pero no creo que sea para nada bueno. Además…, deben de tener buen olfato para localizar a los psíquicos. Tenían a ocho, incluyendo al piro, en aquel complejo, y no me parece que haya muchas personas en el mundo capaces de hacer lo que hacían esos tíos.
Octavio se estremeció.
—No —murmuró—, pero no todos están en Argos.
Sobrevino un silencio. Octavio les había contado a sus amigos días atrás lo que le había dicho la misteriosa chica oriental. “Somos los Guerreros del Sol Negro. Y estaremos cerca, Octavio. Muy cerca. Porque sabemos quién eres y lo que eres, aunque tú no lo sepas”.
Ninguno sabía qué significaba eso, y tampoco habían encontrado información al respecto en internet. Pero sí habían llegado a una conclusión: tenían que haber sido ellos quienes le habían enviado a Octavio el anónimo que los puso sobre la pista del paradero de Pat. Y parecía claro que llevaban tiempo vigilando a Octavio, y sabían qué clase de persona era.
Pero los habían ayudado a entrar y salir en el complejo de Argos, y, por alguna razón, parecía que estaban de su lado y que no aprobaban los métodos de César y sus compañeros. Octavio sospechaba que también ellos eran los responsables del estado hipnótico del vigilante del complejo, circunstancia que les había permitido a ellos entrar para rescatar a Pat.
Los tres amigos ignoraban si los Guerreros del Sol Negro eran sólo aquellas dos personas, el hombre y la chica, y tampoco sabían si volverían a verlos. Secretamente, Octavio esperaba poder volver algún día a aquella fascinante chica que luchaba con cuerpo y mente y a la que le parecía estar unido por medio de alguna misteriosa e inexplicable conexión. Pero, si para volver a toparse con los Guerreros del Sol Negro debían volver a pasar por una aventura como la que acababan de vivir, Octavio casi prefería no volver a verla nunca más.
—Si es verdad que esos… Guerreros del Sol Negro están vigilándote, tío —dijo Dani—, espero que sea para bien. Para protegerte, o algo así.
—Sí —murmuró Octavio, abatido—. Pues ojalá hipnotizaran a mi padre, o algo parecido. No veáis cómo se ha puesto con todo esto.
Lo más difícil había sido explicar en casa todo lo que había pasado. Habían dicho que Argos era una secta, que César pertenecía a ella y que habían secuestrado a Pat por alguna razón que todos desconocían. Que Dani había escuchado una conversación comprometedora y que Borja, Cris, Dani y Octavio habían decidido seguirle para ver si era cierto que él tenía prisionera a Pat. Que, una vez en el complejo, habían logrado entrar y rescatar a su amiga, pero que en la huida se había incendiado el almacén de alguna manera…
Nadie habló de fenómenos paranormales, de jóvenes piroquinéticos, de psíquicos ni de cuentos de hadas que se hacían realidad de la peor de las maneras. No eran cosas que pudieran contarse a la policía, y casi que tampoco a unos padres preocupadísimos que exigían saber qué había sucedido y que aceptarían cualquier explicación menos la verdad, porque era demasiado increíble, porque esas cosas no pasaban en realidad.
—Pues tu padre no parece muy absorbente, ¿verdad? —comentó Pat—. Porque anda que mi madre…
—Sí, ¿verdad? —sonrió Octavio—. Él ha arriesgado su vida muchas veces debido a su trabajo, pero parece que esta aventura le ha tocado la fibra sensible. No quiere que yo cometa locuras. De hecho, está pensando en que nos cambiemos de ciudad otra vez.
—No lo dirás en serio, ¿verdad? —se asustó Pat—. Después de lo que hemos pasado juntos no podemos separarnos… somos casi como hermanos.
Dani y Octavio se volvieron para mirarla, pero ya no vieron en ella a la insufrible niña que se metía con ellos a principio de curso, sino a una valiente compañera de aventuras que, junto a ellos, había sido engañada por César, había contemplado los milagros obrados por Borja, había estado a punto de ser abrasada por un piroquinético y había asistido a un terrible acto de amor y sacrificio.
—Sí, es verdad —sonrió Octavio—. Ya somos casi como hermanos.
Sintió una cálida emoción por dentro, y le gustó. Nunca había tenido hermanos. Tampoco había tenido amigos.
—Si tú lo dices… —dijo Dani, ladeando la cabeza; pero sonrió también.
Después, se volvió hacia el lugar donde antes había estado el complejo de Argos y que ahora no eran más que un montón de oscuras ruinas.
—Te recordaremos, Borja —dijo a media voz, con solemnidad—. Sentimos mucho haber dudado de ti. Que sepas que fuiste muy valiente y que te admiramos por todo lo que hiciste. Gracias por todo lo que nos has enseñado. Nunca te olvidaremos.
La voz de Dani murió en sus labios, y sobrevino un silencio cargado de significado. Aquella extraña oración pronunciada por Dani había sido algo totalmente improvisado, pero expresaba tan bien el sentir de sus corazones que ni Pat ni Octavio fueron capaces de añadir nada más.
Unos momentos después, Dani dio media vuelta y se alejó hacia el taxi que los estaba esperando y que habían pagado entre todos para poder visitar aquel lugar por última vez y rendir homenaje al amigo ausente.
—Nunca te olvidaremos —dijo Octavio a las ruinas.
—…Nunca —corroboró Pat.
Y los dos siguieron a Dani hacia el coche, sintiendo que la brisa que jugaba con sus cabellos les traía un mensaje consolador, un mensaje más allá de la vida y de la muerte.
Fin