Ficha de la obra

Título: Octavio y el hijo de la sombra.

Escrito: En 2003

Publicado: No.

Comentarios: Esta es la primera entrega de lo que iba a ser una nueva saga. Escribí el primer libro y lo envié a la editorial SM junto con la primera parte de Memorias de Idhún. Les gustó mucho más Idhún, de modo que ese fue el proyecto en el que me centré. Me tuvo ocupada durante los años siguientes, y cuando lo acabé tenía otras muchas historias en la cabeza. Así que este libro se quedó en un cajón porque, aunque la trama de este primer libro está cerrada, tiene un final abierto porque hay una historia general que debía desarrollarse en entregas posteriores. Otra curiosidad: con 21 años escribí una novela titulada Los hijos del sol negro, que era otra versión de la historia de Octavio, y que tampoco llegó a publicarse. Ahí sí que estaba toda la trama desarrollada, pero muy mal desarrollada, para ser sincera :D. Me gusta más el enfoque de Octavio y el hijo de la sombra, aunque no llegara a continuar la saga.

Capítulo 11: Una pista anónima

—Ya lo he dicho muchas veces —protestó Borja con cansancio—. Yo no tengo nada que ver con eso. La policía ya me ha interrogado varias veces, han registrado mi casa y mi local, y no han encontrado a Pat. Yo estoy tan preocupado como vosotros. ¿Por qué no me creéis?

—Ya, bueno, resulta que son demasiadas coincidencias, demasiadas cosas raras —dijo Cris, muy seria.

Su novio la miró, atónito.

—¿Se puede saber de qué estás hablando?

Ella alzó la cabeza para mirarlo a los ojos, desafiante.

Dani y Octavio no sabían dónde meterse. Cris había insistido en que la acompañaran al bar donde habían quedado con Borja, y ahora sentían que no deberían estar allí, en medio de aquella bronca entre ellos dos.

—¿No me lo vas a decir? —dijo Cris, en voz baja pero con un tono peligroso; y Octavio detectó en su actitud un vestigio del talante rebelde y combativo de su hermana Pat.

—Sigo sin saber de qué estás hablando —replicó Borja, molesto.

Por el rostro de Cris cruzó una fugaz expresión dolida, pero se rehizo enseguida. Con gesto decidido, plantó el volumen de los Cuentos de Grimm sobre la mesa, abierto por la página donde comenzaba el cuento de “La Muerte madrina”.

—¿Sigues sin saber de qué estoy hablando, Borja? —preguntó ella; seguía hablando en voz baja, pero sus ojos echaban chispas de furia contenida.

Borja echó un vistazo al libro y palideció. Hizo ademán de levantarse, pero se contuvo a tiempo y permaneció sentado, temblando y visiblemente nervioso.

—Quita eso de mi vista —pudo decir por fin.

Los ojos de Cris se entrecerraron.

—Entonces, es cierto. Has hecho un pacto con la Muerte, ¿verdad?

—Cris, por favor, aparta eso de ahí y no sigas hablando del tema —ordenó Borja, levantando la voz.

—¿Qué has hecho con mi hermana, Borja? —susurró ella, furiosa.

—Cris, por favor, no insistas. Te he dicho muchas veces que yo no…

—¿¡Qué has hecho con mi hermana, malnacido!? —estalló Cris de pronto, levantándose de un salto para lanzarse contra su novio.

Dani reaccionó a tiempo y la sujetó antes de que pudiera golpear a Borja. Octavio se apresuró a ayudarlo. Cris se había echado a llorar, gritaba, pataleaba e insultaba a Borja, que la observaba, impasible, aunque con un brillo de tristeza en la mirada.

Todos los clientes de la cafetería se habían vuelto hacia ellos y contemplaban la escena con estupor, pero nadie se decidía a intervenir.

—¡Dejadme…! ¡Soltadme…! —jadeaba ella, debatiéndose y llorando de rabia—. ¡Voy a matarlo! ¡Si le ha hecho algo a Pat, juro que lo mataré…!

Borja no hizo nada por calmarla. La miró una vez más, y fue una larga mirada, una mirada en la que, quizá, quería transmitirle todo lo que no había sido capaz de decirle con palabras. Entonces, finalmente, se levantó, recogió su mochila, se puso su largo abrigo negro y salió del local sin mirar atrás.

—¡¡Pero da la cara y contesta a mis preguntas, cabrón!! —chillaba Cris, furiosa—. ¡¡Dime qué has hecho con mi hermana!!

Cuando Borja estaba ya demasiado lejos como para oír sus gritos, Cris pareció calmarse un poco. Dejó de gritar y de patalear, y de pronto, como si le hubieran abandonado las fuerzas, se dejó caer sobre la silla, enterró la cara entre las manos y se puso a llorar desconsoladamente.

Dani y Octavio se quedaron junto a ella, sin saber qué decir. Los sollozos de Cris fueron bajando en intensidad, y al final apenas se la oía. Pero seguía llorando, no cabía duda. Sus hombros se convulsionaban y todavía resbalaban algunas lágrimas entre sus dedos.

El camarero trajo una taza humeante y la dejó sobre la mesa sin hacer ruido ni un solo comentario. Pero Cris pareció reaccionar y alzó la cabeza. Tenía los ojos rojos y la nariz hinchada. Octavio rebuscó en su mochila en busca del paquete de Kleenex y, en cuanto lo encontró, le ofreció uno.

—Gracias —murmuró ella; echó un vistazo a la taza y vio que era una tila.

—Lo he pedido yo —dijo Dani con timidez—. Pensé que te sentaría bien. Claro que, si no lo quieres —añadió rápidamente—, me la tomo yo y en paz. Me gustan las infusiones.

Ella le dirigió una mirada agradecida, y Dani se puso rojo y bajó la cabeza rápidamente.

Nadie dijo nada mientras Cris echaba el azúcar, revolvía el contenido de la taza con la cucharilla y se bebía la infusión a pequeños sorbos. Pareció tranquilizarse un poco, tal vez por la tila, tal vez porque ya se había desahogado y no tenía fuerzas para seguir llorando.

—Supongo que esto quiere decir que hemos terminado —murmuró, casi para sí misma.

—Lo siento —pudo decir Octavio, incómodo.

Cris negó con la cabeza.

—Era lo que tenía que pasar. Tal vez Pat tuviera razón desde el principio. En el fondo, yo no sabía quién era Borja, y puede que él diga la verdad con respecto a Pat, pero… ¿cómo voy a creerle ahora? ¿Cómo podía confiar en él, si él no confiaba en mí lo bastante como para contarme…?

Se le quebró la voz y volvió la cabeza con brusquedad.

—¿Quieres que te dejemos sola? —preguntó Octavio.

—Por favor.

Octavio asintió, recogió sus cosas —excepto el paquete de Kleenex, que dejó sobre la mesa, por si Cris lo necesitaba— y salió del local, arrastrando a Dani tras de sí.

Los dos caminaron lentamente por la calle, abatidos.

—Bueno, pues ya está —dijo Octavio por fin, tras un largo silencio—. Cris ha cortado con Borja. ¿No era eso lo que querías?

—Sí, tío —reconoció Dani, apesadumbrado—. Pero, ¿por qué será que no me siento mejor?


Octavio volvió a su casa cuando ya se había hecho de noche. Estaba profundamente preocupado, pero, sobre todo, se sentía culpable. No sabía qué le había pasado a Pat, pero temía que hubiera sido culpa suya y de Dani, por meterse donde no les habían llamado.

Al entrar en el portal, sumido en lúgubres pensamientos, abrió el buzón mecánicamente. Vio que había algunas cartas, lo cual quería decir que su padre no había vuelto todavía a casa. Se encogió de hombros. Había salido temprano por la mañana con el 4 x 4, seguramente a explorar los alrededores de la ciudad, en busca de algún recóndito rincón montañoso o algún paraje natural protegido que fotografiar. Eso era mala señal. Octavio sabía por experiencia que su padre no tardaría en darse cuenta de que aquella ciudad no era el lugar más indicado para ejercer su profesión, y decidiría hacer las maletas y marcharse, una vez más. Sintió una punzada de angustia y se dio cuenta de que no quería marcharse. No ahora que había hecho tan buenas migas con Dani, y mucho menos sin saber qué le había pasado a Pat.

Suspiró y echó un vistazo a las cartas. La factura del gas, una de las revistas que recibía su padre y…

Una carta para él.

Octavio se quedó mirándola, sorprendido. Nunca recibía cartas, pero era evidente que aquella estaba dirigida a él, su nombre completo y su dirección aparecían escritos en el sobre con total claridad. Le dio la vuelta para mirar el remite, pero lo único que llevaba era un extraño símbolo de color negro que parecía una especie de sol. Con la diferencia de que la esfera del sol era una espiral.

Octavio esperó a entrar en su casa, dejar la mochila en el suelo y tumbarse en la cama para abrir el sobre y leer la carta. Era un papel con apenas un par de líneas mecanografiadas, cuyo contenido lo sorprendió todavía más:

 

«Estás siguiendo la pista equivocada.

A tu amiga la tienen los de Argos.»

 

Octavio parpadeó, perplejo. Le dio la vuelta al papel para ver si ponía algo más; pero no, aquello era todo. Tampoco la nota estaba firmada, a excepción del extraño símbolo de la espiral negra que aparecía en el reverso del sobre.

Estaba claro que la nota se refería a Pat, y Octavio se sintió muy molesto. Si aquello era una especie de broma pesada, desde luego no tenía ninguna gracia.

Iba a tirar la carta a la basura cuando recordó de qué le sonaba el nombre de Argos. Corrió a su escritorio y sacó del cajón la libreta donde, semanas atrás, había sepultado el papel que los había lanzado a Dani y a él a aquella aventura. El anuncio de la conferencia sobre fenómenos paranormales… en el Centro Filosófico Argos.

Sacudió la cabeza y cerró los ojos para recuperar aquellos datos del fondo de su mente. Tenía muy buena memoria, y no tardó en recordar una serie de detalles que le habían llamado la atención entonces: los comentarios del doctor Dos Santos sobre que los psíquicos debían “salir a la luz”; el extraño interés de la directora de Argos sobre las preguntas de Dani y Cris; el siniestro individuo que habían visto a la entrada…

—Pero no puede ser —murmuró Octavio para sí mismo—. ¿Por qué querrían llevarse a Pat?

No tenía respuesta para aquella pregunta. Pero la duda se había instalado en su corazón, y sabía que aquello era muy extraño, demasiado extraño, y que probablemente sólo Dani sería capaz de elaborar una disparatada teoría que lograra explicarlo… y, con un poco de suerte, acercarse a la verdad.

Llamó a Dani por teléfono y le contó apresuradamente lo que había pasado. Octavio estaba solo en casa y podía hablar con libertad, pero Dani estaba en el salón, con su madre y con su hermana, y no podía dar su opinión al respecto.

—Vente a dormir a mi casa, Dani —propuso Octavio—. Podemos pedir una pizza.

—¿Le parece bien a tu padre?

—No ha vuelto todavía, pero seguro que no le importará. Siempre dice que debería hacer más vida social.

—Le preguntaré a mi madre, entonces —dijo Dani.

No tuvo que insistir mucho para que su madre le dejara salir. A aquellas alturas, la madre de Dani ya sabía que Octavio era un chico responsable y estudioso, y le parecía estupendo que ayudase a su hijo con los deberes.

Una hora después, los dos estaban en la habitación de Octavio, comiendo pizza y examinando la misteriosa nota anónima.

—“Los de Argos” quiere decir el Centro Filosófico ese, ¿no? —dedujo Dani.

—Esa es la conclusión a la que he llegado. Pero, ¿quién escribiría la nota? ¿Y por qué me la enviaría a mí?

—Esto parece un sol —comentó Dani, dándole la vuelta al papel para examinar la firma desde varios ángulos—. Un sol en espiral. Qué raro, ¿no? ¿Qué puede significar?

—Ni idea. No he visto nada parecido en ninguna parte. De todas formas, eso no es importante ahora.

—¿Ah, no?

—No. Verás, ya no estoy tan seguro de que esto sea una broma. El que ha escrito esta nota, fuera quien fuese, conoce a Argos, y sabe que nosotros lo conocemos también. Eso quiere decir que sabe muchas cosas.

—Entonces puede que esto no sea un farol —asintió Dani, comprendiendo—, y que realmente sepa dónde está Pat.

—Pero, vamos a ver. Si es verdad lo que dice la nota… ¿quiere decir que los del Centro Filosófico Argos secuestraron a Pat?

Hubo un silencio.

—Bueno, no es tan descabellado —opinó Dani, rascándose la cabeza, pensativo—. Recuerda que nos dio mal rollo ese sitio. A mí me dio la sensación de que esos pirados andaban a la caza y captura de psíquicos.

—Sí, esa fue la conclusión a la que llegamos, y por eso no volvimos a acercarnos por allí. Pero Pat no es una psíquica, Dani. Si esto es verdad, ¿por qué se la han llevado a ella, y no a mí?

Dani respiró hondo, tratando de pensar.

—A ver… ¿cómo se reconoce a un psíquico? Porque hace cosas raras… pero Pat no… —se interrumpió de repente, abriendo los ojos de par en par—. Ay, madre. Ay, madre —murmuró, apoyando la cabeza entre las manos—, la que hemos liado.

—¿Qué quieres decir?

—Pat sí que ha hecho cosas raras. O al menos, eso es lo que puede parecer desde fuera. Piensa en lo del accidente. ¿Y si al final sí que lo vio alguien? ¿Y si vieron volar ese cubo de pintura? ¿No estaba Pat allí?

—Pero también estaba yo y…

—Sí, pero no fuiste tú quien apareció días después en el instituto tan fresco y sin una sola cicatriz después de haberse pegado de cabeza contra el andamio.

—Ostras —fue todo lo que pudo decir Octavio—. Pero si fue Borja quien la curó…

—Sí, pero imagina que ellos no lo saben.

—Bueno, pero, si son los de Argos… ¿cómo han llegado hasta nosotros… y hasta Pat?

—Por la conferencia, Octavio. ¿No te das cuenta? ¡Por las preguntas que hicimos al final! Recuerda: no sólo nosotros, también Cris preguntó cosas que les llamaron la atención. Yo pregunté por ti, y Cris preguntó por Borja. Pero… ¿y si los de Argos pensaron que nos referíamos todos a la misma persona?

—¡Ostras! —casi gritó Octavio—. Tienes razón, Dani, ¡nosotros hemos metido a Pat en este lío! Ahora encajan todas las piezas.

—¿De verdad? —se sorprendió Dani; había sido un tiro al azar, pero había dado en el clavo, y, con aquella pista, el cerebro de Octavio empezó a atar cabos y a tirar del hilo de la explicación lógica que podía resolver el problema.

—Claro, ¡eso lo explica todo! Después de la conferencia les bastaba con seguirnos e investigar un poco sobre nosotros y, ¿qué averiguaron? ¡Que vamos los tres a un mismo instituto! Es lógico que pensaran que uno de los alumnos, o tal vez un profesor, era un psíquico y algunos se habían dado cuenta. No se les ocurrió pensar que Cris y tú hablabais de dos personas diferentes. Y, si nos han estado vigilando de lejos, tal vez hayan visto un fenómeno de telequinesis y otro de curación… ¡y en los dos casos estaba Pat de por medio! Y más aún, Dani, lo que es más grave… los tres conocemos a Pat. Va a nuestra clase y es la hermana de Cris. Ella es el punto en común que tenemos los tres chicos que estábamos allí haciendo aquellas preguntas.

—Entonces, ¿eso quiere decir que saben que hay un psíquico en nuestro instituto, pero piensan que es Pat?

—Sé que parece una locura, pero…

—Pero no, tienes razón. Entonces, te has librado de una buena. No sé qué piensan hacer con los psíquicos a los que captan, pero si “captarlos” incluye el secuestro, no debe de ser nada bueno. Has tenido mucha suerte de que no te hayan encontrado.

—Sí, pero tienen a Pat —murmuró Octavio, sintiéndose culpable.

—¿Y qué? Ella no tiene poderes. En cuanto se den cuenta de que han metido la pata, la soltarán.

—¿Tú crees? ¿Y si no lo hacen?

Los dos callaron, incómodos.

—Además —añadió Octavio—, si es verdad que Argos se dedica a secuestrar a los psíquicos, sólo es cuestión de tiempo que me encuentren a mí.

—Pero si no saben que tú eres un psíquico.

—Bueno, pero el autor de la nota anónima lo sabe —murmuró Octavio, frunciendo el ceño, preocupado.

—¿Cómo sabes eso?

—Por lógica, Dani. Somos muchas las personas que estamos preocupadas por Pat. Somos tres los que la conocemos y estuvimos en la conferencia aquel día. ¿Por qué la nota me ha llegado precisamente a mí?

—Es verdad, yo no he recibido ninguna —reflexionó Dani—. Aunque lo más lógico hubiera sido enviarle el aviso a su hermana, ¿no?

—Puede que le haya llegado a ella también. Deberíamos preguntárselo.

Los dos a una se levantaron y se dirigieron al salón para llamar por teléfono. Marcaron el número de Pat.

Lo descolgaron inmediatamente, y sonó la voz de la madre de Pat, ansiosa y profundamente preocupada.

—¿Diga?

Los dos niños no supieron muy bien qué decir al principio. Se dieron cuenta de que tal vez no había sido buena idea llamar por teléfono a una familia que necesitaba con desesperación recibir noticias de su hija desaparecida y, por tanto, estaría pendiente del teléfono las veinticuatro horas del día.

—Ehem… somos Dani y Octavio —se atrevió a decir Octavio.

—Ah, hola —dijo la madre de Pat, visiblemente decepcionada—. ¿Qué tal?

—Llamamos para… —empezó Octavio, pero cambió de idea y dijo—… para preguntar si se sabe algo de Pat.

—Ah…, no, hijo, aún no sabemos nada. La policía sigue buscando, pero no tenemos ninguna pista. Gracias por preguntar.

Parecía al borde del llanto, y Octavio se sintió tentado de contarle todo lo que sabía. Pero, ¿le iba a creer? Por otro lado, hablar de los psíquicos y de Argos implicaría tener que dar muchas explicaciones acerca de sí mismo… explicaciones que prefería guardar para sí, por el momento.

—Ojalá vuelva pronto —dijo a media voz.

—Sí, ojalá.

—¿Puede… puede ponerse Cris, por favor?

—No es un buen momento, Octavio. Está muy afectada. Primero lo de Pat, y además hoy…

—…Hoy ha roto con su novio. Sí, lo sabemos. Pero… ¿podría, por favor, decirle que nos gustaría hablar con ella? Si no quiere ponerse, lo entenderemos y llamaremos en otro momento…

La madre de Pat y Cris asintió y fue a avisar a su hija. Al cabo de unos momentos, Cris se puso al teléfono.

—¿Sí? ¿Qué es lo que pasa?

—Cris, ¿has recibido alguna carta extraña hoy?

—¿Una carta extraña? No. ¿A qué te refieres, Octavio?

Dani y Octavio cruzaron una mirada, dudando sobre si explicárselo o no.

—Bueno… —vaciló Octavio—. Puede que no sea nada, tal vez sea una broma pesada, pero… ¿te acuerdas de Argos, de la conferencia? ¿Cuando hablaron de los psíquicos?

—Sí. ¿Qué tiene que ver eso con…?

—No hables y escucha, Cris —interrumpió Dani, que le había quitado el auricular a Octavio y hablaba deprisa y con urgencia—. Creemos que tenemos una pista sobre dónde puede estar Pat, pero tenemos que hablar en persona. Es importante que de momento no digas nada a nadie, porque… —miró a Octavio, dudoso, pero finalmente encontró la inspiración que necesitaba y terminó la frase—, porque si tenemos razón, puede que Borja no tenga nada que ver, y no debemos… decir lo que sabemos sobre él, ¿entiendes?

Hubo un breve silencio. Finalmente se oyó la voz de Cris, serena y decidida.

—Entiendo. ¿Dónde y cuándo queréis que quedemos?

Dani iba a responder, cuando se oyó el ruido de la puerta de la casa al abrirse y cerrarse, y la voz del padre de Octavio, saludando con un “¡Ah de la casa!”.

—Aquí no —susurró Octavio—. Nos veremos mañana en el instituto.

Dani repitió el mensaje. Cris protestó, pero Octavio recuperó el auricular para decirle, con sensatez:

—Cris, después de lo que le ha pasado a tu hermana, tu madre no te va a dejar salir de noche. Nos veremos mañana y hablaremos con calma, ¿vale? Tenemos que dejarte, mi padre acaba de llegar.

Se despidieron de ella, arrepintiéndose de haberla llamado a aquellas horas. Seguramente, la pobre ya no lograría dormir en toda la noche.

Colgaron el teléfono justo cuando el padre de Octavio entraba en el salón, y se volvieron hacia él tratando de poner cara de no haber roto un plato en su vida. Por suerte, no se dio cuenta. Parecía estar de buen humor.

—No creerías lo que he encontrado en… ah, hola, Dani.

—¿Puede quedarse a dormir? —preguntó enseguida Octavio—. Ya hemos cenado.

—Claro, no hay problema. ¿Con quién hablabais?

—Con… la madre de Pat —dijo Octavio, sin mentir del todo—. Le preguntábamos si se sabe algo.

—Ah, comprendo —el rostro de su padre se ensombreció—. Pobre chiquilla. Ojalá la encuentren pronto.

No volvió a sonreír el resto de la noche. Y, después de lo todo lo que había pasado, lo cierto era que tampoco Dani y Octavio estaban de buen humor.

 

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